Reykjavík, la cosmopolita capital de Islandia, es una ciudad marcada por muchísimos factores. El poder de sus fuentes geotermales y el frío Atlántico Norte han forjado sin duda el carácter de la isla al completo, y más concretamente el de su capital.
Aunque podríamos destacar muchas cosas de esta multicultural ciudad, hoy en la sección “Viajar es Cultura”, nos centraremos en algo muy, pero que muy concreto. La escultura Sun Voyager.
¿Y por qué dedicarle un artículo en exclusiva a esta escultura? Pues porque sí. Porque por más vueltas que he dado por el mundo ninguna escultura ha logrado gustarme más. Ninguna ha conseguido retenerme más rato sentada frente a ella. Ninguna me ha transmitido tantas sensaciones como esta amalgama de hierros en forma de barca con el mar y las montañas de fondo.
Recorriendo el paseo marítimo, el Sæbraut, es inevitable hacer una parada frente al Sun Voyager. El relajante brillo de sus vigas metálicas refleja tímidamente el plomizo cielo islandés. Sus suaves formas curvilíneas son el paradigma de la elegancia. Su sola presencia se impone altiva al frente de la “bahía humeante” que es Reykjavík, recortando su silueta contra el sol de poniente.
¿Es el esqueleto de una ballena o es una barca vikinga? ¿Son las dos cosas en una sola? Creo que sí. Miro el nombre: Sólfar. El Viajero del Sol. Está claro.
De entre todas las esculturas que adornan la capital de Islandia, El Viajero del Sol destaca con un brillo especial. Sólfar deja cautivados a cuantos viandantes se acercan a contemplarla. Nadie puede evitar sentarse un rato frente a ella evocando a aquellos indómitos guerreros. Viajeros incansables siempre en busca de nuevos horizontes.
“Sólfar“ es obra del escultor islandés Jón Gunnar Árnason